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En un arranque impulsivo va manejando al último lugar en el mundo al que debe dirigirse. Son las 8:50 am. No se bañó, sus ojos están hinchados de tanto llorar, y su pelo parece trapeador.

Su madre siempre ha dicho que el enojo es bueno, porque el enojo permite marcar límites. Ella ha apagado el switch del enojo durante mucho tiempo, y ahora tanto enojo reprimido la ha convertido en una bestia irracional. Todo es parte de un patrón de pensamiento estúpido en el que cae más seguido de lo que le gusta reconocer.

1. Quiero ser perfecta porque siento que si soy perfecta nadie me va a lastimar

2. Me arriesgo y me expongo pero todo el tiempo estoy obsesionada con ser perfecta

3. Descubro que aceptar y abrazar nuestra imperfección es la única manera de cosechar relaciones amorosas

4. Mi cerebro dice “¡Pero claro!, ¡Nadie es perfecto!” así que tengo que darle permiso a todos los demás de cometer errores. Tengo que entenderlos, aceptarlos y perdonarlos… yo soy la que todo perdona, la comprensiva y eso me hace TAN valiosa y la gente valiosa es tan compasiva que no se enoja, y por ende, no pone límites.

ERROR. ¿Qué pedo con autoestima? Eso es lo que su madre cataloga como falsa humildad.

Esta ecuación no la hace valiosa, la convierte en el tapete que todos pisan. No sabe decir hasta aquí, porque tiene miedo de perder el amor si piensa en ella y no en los demás. Sin darse cuenta ella pone un letrero de un metro por un metro en negritas que dice

“¿Quiere pisotear a alguien? ¡Pásele! ¡Aquí se perdona todo!”

Cuando se presentan este tipo de situaciones, ella peca de falta de amor propio. No es tonta. Sabe que no está bien, pero a veces se auto-engaña. No siempre gana todas las batallas. Hoy es el resultado de meses de auto-engaño. Pero ahora sabe la verdad. Sabe que tiene que poner los límites que no ha puesto.

Va manejando como si fuera viernes de quincena por la tarde, con lluvia (a pesar de que es martes, son casi las 9 de la mañana y no hay tráfico). Su corazón late a toda velocidad. Está a punto de llegar a su destino. Puede escuchar el sonido del motor de su auto acelerando y haciendo ruidos extraños mientras rebasa a todos y mete los cambios de manera descuidada. Ella está decidida y no hay nada ni nadie que pueda frenarla. Llega al lugar prohibido convencida de que toda esta rabia que tiene la empodera. ¡Me las va a pagar!

Una parte de ella sabe que está actuando de manera psicótica, pero otra parte de ella se siente tan bien. Disfruta darse el permiso de ser la loca del cuento. Si los otros personajes han hecho sus arranques psicóticos, ¿no será que ya es su turno?

Obviamente era innecesario. Obviamente ella ya sabía lo que iba a pasar, lo que iba a descubrir. Pero por un momento pensó “Ya me toca ser la imperfecta”. Tanta obsesión con hacer todo bien la ha llevado a este punto. Siente ese vértigo que la invita a caer, a dejarse vencer y decir “Me vale madre”.

Termina la escena, un tanto intensa. Ella dice lo que venía a decir. Grita, empuja y suelta golpes. Truena los dedos y utiliza todas las majaderías que conoce en un enunciado. Es como el climax de una comedia romántica en que la protagonista por fin se llena de valor y se para frente al cabrón, le da un discurso flawless e inspirador, y luego sale triunfante y lista para comerse al mundo.

Muy digna intenta retirarse de la escena. Incluso cita a Iris Simpkins, personaje interpretado por Kate Winslet en The Holiday

I am miraculously done being in love with you!

Está lista para retirarse sonriendo e hinchada de empoderamiento. Pero ella no contaba con lo que sucedería después. De pronto la escena se vuelve un tanto trágica-patética: su auto no enciende. De un segundo al otro cambia todo el panorama y se da cuenta de que no habrá salida victoriosa. ¿Por qué a mí? Ella puede escuchar fuerte y claro “No seas pendeja, esto no es una comedia romántica”.

Ella está convencida que es el universo, comunicándose con ella a través de la batería de su carro (el cual no enciende). De pronto siente como si un rayo la golpeara y se da cuenta que sí, esta es una escena de una comedia romántica, pero no la que se imaginaba. Es la escena en la que la protagonista toca fondo. Ha caído tan bajo que no queda más remedio que reír. No es una escena inspiradora, pero sí una escena con la que la gente puede relacionarse. Irónica, vergonzosa y patética. A todos nos ha pasado. Todos caemos bajo. Todos tenemos capítulos en nuestra historia que catalogamos como tragicomedia.

Él, obviamente la deja ahí tirada. Y la escena se vuelve cada vez más digna de una producción de hollywood protagonizada por Katherine Heigl.

Sudada, cochina, con el rímel corrido y el estómago revuelto del coraje se para en medio de la calle a las 9:30 de la mañana sin saber qué hacer. Empieza a reírse como loca desquiciada, y luego comienza a llorar. Siente un poco de nauseas. La gente que pasa cree que está ebria y le mira asustada. Llora entre risas y piensa Esta es una historia que voy a contarle a mis nietos.

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Muchas veces en mi vida me he puesto en situaciones vergonzosas. He cometido todo tipo de estupideces. Después de tantas tonterías he aprendido a reírme de mí misma. La vida es dura, y es difícil. Pero reírnos de nosotros mismos tiene un gran poder sanador.

“Shame derives its power from being unspeakable.”

― Brené Brown, Daring Greatly: How the Courage to Be Vulnerable Transforms the Way We Live, Love, Parent, and Lead

Así que hoy quiero dedicar esta historia a todos aquellos que se han humillado alguna vez en su vida. Que sepan que no están solos, que estas cosas suceden. Para que puedan encontrarle el lado cómico a la situación y salgan adelante con la frente en alto y lágrimas en los ojos de tanto reír.

Este viernes brindaré por ustedes – por nosotros – los que aprendemos a reírnos de nosotros mismos.

¡Salud!


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3 thoughts on “A veces hay que llorar riendo

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