Ella corre libre por el bosque. Desnuda siente como el aire golpea su rostro y su cabello vuela con el viento. Puede sentir la humedad en sus pies descalzos y le invade una sensación de libertad. De pronto se ve inmersa en la oscuridad del bosque y acude a sus instintos para elegir el camino indicado. No sabe hacia dónde se dirige, pero sabe qué camino debe tomar. No siente miedo. Confía en sí misma. De pronto logra encontrar flotando entre las estrellas a su gran aliada: la luna. Tanto tiempo tenía sin verla. Su fiel compañera y eterno testigo de su corazón salvaje se mantenía ahí, dónde siempre había estado.
– Te extrañé, Elena.
De pronto comienza a nublarse el cielo. Elena no quiere buscar refugio. Comienzan a caer gotas del cielo y Elena siente cómo el agua recorre su piel al descubierto. No siente frío. En cuestión de minutos la tormenta se apodera de ella y el agua se lleva las huellas de aquellos besos que Elena portaba como tatuajes, esos fieles testigos de la agonía de la que ella hoy se ha liberado. Cierra sus ojos y se deja llevar. El sonido de la lluvia es música para sus oídos y silencia aquella voz que por meses se había adueñado de su cabeza. Elena está limpia, de vuelta en su estado salvaje. Las nuevas cicatrices hoy se pierden entre la dulce colección de cicatrices que ilustran el mapa que lleva directo a su corazón.
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La lluvia y el entorno natural siempre renovador. Este texto me hizo recordar un proyecto de serie web de nombre similar en el que trabajé.
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