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Todo empezó conmigo, sentada en el mismo sillón en el que paso 45 minutos cada martes desde hace 5 meses. Me disculpé con mi terapeuta por llegar a la cita en mis peores fachas con la cara grasienta mientras me untaba aceite de coco en los cachetes y párpados. Le expliqué que sufro de una condición llamada dermatitis atópica, la cual causa irritación y comezón en la piel, llegando a veces hasta causar llagas que tardan semanas en sanar. Es devastador. Obviamente él me dijo que no había de qué disculparse y me platicó que él también sufría de esa condición. Me sentí aliviada, ya que la gente que desconoce esta enfermedad no entiende lo horrible y doloroso que puede ser. Me pidió que reflexionara un poco e intentara identificar qué era lo que hacía que mi dermatitis se manifestara. Aunque muchas veces son factores climáticos, el estrés juega un rol importante en esta condición.

– Ya sé. Es cuando me siento acorralada. Cuando me siento entre la espada y la pared; amenazada, manipulada, oprimida.

Muchas personas me dicen que les gusta que soy auténtica, a otras les molesta demasiado. Al final, es parte de quien soy, de la persona que decido ser: yo misma. Pero la verdad es que no siempre ha sido fácil. Muchas veces soy lo que otros esperan que sea. Luchar por mí, defender mi valor, y tener el coraje de contar mi historia ha sido una experiencia bélica, en la cuál más de una vez he sido el daño colateral de la imposición opresora de terceros. He llorado lágrimas de sangre.

Durante la sesión hablamos de muchas cosas y le dije a mi terapeuta que esta conversación me recordaba a una frase que dice un personaje de una serie que me encanta. Harvey Specter es un abogado exitoso interpretado por Gabriel Match en la serie Suits. Mike Ross es su discípulo, y entre muchos de los consejos que recibe de Harvey, este es el que representa mi sentir con respecto a ser forzado a estar entre la espada y la pared:

“When you’re backed against the wall, break the goddamn thing down”

– Harvey Specter, Suits.

Esta frase puede traducirse vagamente a “Cuando estás acorralada contra la pared, rompe la maldita cosa”. Y es que todas las veces en mi vida que he estado en esa situación, siempre termino por agachar la cabeza, alzar las manos, y doblegarme ante la fuerza opresora. Pero ha llegado el momento de decir ¡Basta!

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con las redes, la privacidad y los screenshots? No se desesperen. Prometo que todo tendrá sentido.


Era un día típico. El reloj marcaba las 11:00 pm y yo estaba en el sillón de mi sala, con la tele encendida y brincando de una app a otra en mi iPad. Como suele suceder con estos malditos gadgets adictivos, cuando ya no había nada que ver en Facebook, ni fotos que borrar, ni notas que leer, me ocurrido una brillante idea. Tenía meses sin usar mi iPad, así que abrí mis mensajes para vaciar la bandeja de entrada. De pronto se me paró el corazón. Encontré una conversación que ya había olvidado.

En fin, a pesar de todos mis esfuerzos por bloquear a una persona, encontró la manera de mandarme mensajes a mi iPad. Mi analfabetismo tecnológico quedó evidenciado cuando no logré entender cómo demonios lo hizo. Esta conversación se tornó violenta tras mi postura.

Leer estas palabras después de más un año me causó unas náuseas que creí eran cosa del pasado. Comencé a sentir ansiedad, comezón y paranoia. Fue como regresar a ese día en el que me sentía acorralada en una esquina, atrapada, indefensa, vulnerable. Recordé entonces el olor de aquel sillón, la mirada de mi terapeuta, el ardor en mi cara cubierta de aceite de coco mientras apasionadamente repetía las palabras de Harvey Specter: “Break the goddamn wall”.

Era tarde, así que en lugar de hacer una llamada, le platiqué sobre los mensajes a mi mejor amiga por whatsapp. Le envié screenshots. Y mientras me temblaban las manos escribía: Estoy harta de que crean que inventamos estas cosas, de que crean que exageramos. ¡Esto es violencia emocional y psicológica! ¡Es abuso! ¡Está mal! ¡No estamos loc@s! ¡Esto hace daño!

No pude dormir. Al día siguiente pensé en Harvey toda la mañana. Pensé en aquella vez que en primaria me dijeron “No te metas. No tienes por qué defenderla. Así es el mundo”. Me acordé de mi padre, que bien intencionado una vez me dijo “Hija, no enfoques tu atención tanto a temas que suenen muy feministas cuando escribes porque vas a perder lectores. Escribe para todos, y no sólo para mujeres”. Recordé la vez que en una capacitación toleré una serie de comentarios misóginos y ofensivos del instructor y decidí quedarme callada para no poner a mi jefe/papá en una posición delicada. Me acordé de todo lo que he callado porque “no tiene caso, ignóralo, ¿para qué le das importancia?”, y de todas las veces que me han sermoneado por señalar injusticias, ofensas, engaños, abusos, violencia, manipulación. Recordé todas las veces que me dijeron “Así es esto. Juega el juego. Obedece las reglas”.

En un arranque de ira publiqué en Twitter una captura de pantalla de la conversación. Recorté la imagen de modo que no apareciera el nombre de la persona. Era mi manera de decir: ¡Esta violencia es real! He aquí la evidencia. Supuse que algún seguidor podría sospechar quién era la persona, pero al final ya pasó tiempo de eso, y aunque aún hay cosas (como estos mensajes) que me dejan claro que el las palabras no se las lleva el viento, la verdad es que es más el shock que todavía me causa darme cuenta de cómo no medimos nuestras palabras. Es más lo que ese momento, esa conversación, y esa experiencia representan: la maldita normalización de la violencia.

Mi día siguió muy normal. Tráfico, calor, ayudar a mi mamá con una mudanza, ver videos de Jimmy Fallon con mi hermana y terminar viendo “Epic fail compilations” en YouTube. Mientras reía a carcajadas con mi hermana y lágrimas brotaban de mis ojos recibí un inbox. Un reclamo de un tercero, por mi tweet. No de la persona que lo mandó, de una tercera persona.

Era un reclamo que me pareció egoísta y manipulador, sin validez ni argumentos. Para mí se sintió como clara evidencia de un intento de manipulación disfrazada de martirización. Un juego en el que ya he caído más de una vez, y afortunadamente my mama didn’t raise no foolShame on you if you fool me once, shame on me if you fool me twice. Sin embargo, me puse a reflexionar. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué había publicado esa conversación en un tweet? Quizá, al final del todo, había algo de verdad en ese inbox. Quizá lo importante era entender que hay maneras, y mi tweet no era la manera correcta.

La verdad es que tengo pocos seguidores en Twitter y no crean que hago mucho ruido en esa red social. Mi tweet tuvo un like, de un ex novio que es prácticamente “de chocolate” y no tiene idea de nada de lo que pasó. Nuestra relación actualmente se basa en retweets y likes en Instagram, Twitter, Facebook y en Tumblr (la verdad es que yo le doy más likes porque es músico y sus fotos están cool y tiene un pug hermoso que me gana en cada foto que publica).

Me dije a mí misma: no lo hice por poner nadie en evidencia, borré su nombre, y lo publiqué mucho después. Pudiera ser cualquier persona. Y la verdad es que sí – tristemente pudiera tratarse de cualquier persona.  Porque la violencia psicológica y emocional es el pan nuestro de cada día en esta era digital. Pero algo me hacía ruido. No me sentía bien. Quizá una parte de mí sí quería poner a esta persona en evidencia. Quizá no es 100% cierto que ya estoy en paz con el pasado. Quizá este proceso de perdonar a alguien que nunca me pidió perdón aún no ha terminado. Quizá es muy temprano para cantar victoria.

Me acuerdo que una vez, cuando tenía como 8 años, me enojé con una “tía” (así les decimos acá en mi pueblo a las mamás de nuestras amigas) y escrcibí unas cosas muy feas de ella en mi diario. Mi mamá – que por cierto, ¡muy mal hecho, mamá! – leyó mi diario unos días después y me metió una regañiza espantosa. Me dijo “Cuando escribes algo, se queda para siempre. Las palabras se las lleva el viento… hasta que las escribes”.

Al parecer en esta era digital en la que estamos acostumbrados a comunicarnos por mensajes de texto, se nos olvida que todo lo que decimos queda grabado. Yo misma a veces olvido el impacto de esto. Quizá la tecnología nos está diciendo algo sobre nosotros mismos. Quizá está mostrándonos un lado de la humanidad que durante muchos años hemos podido ignorar: hablamos sin pensar, y contamos con que nuestras palabras no tendrán repercusiones, que serán olvidadas, que nos saldremos con la nuestra. Contamos con que al final será mi palabra contra la suya y podremos lavarnos las manos. Quizá contamos con que la memoria de las personas falla, y que tarde o temprano todo quedará olvidado. Pero en la era digital, esto no es posible. Lo que dijimos, exactamente como le dijimos, queda ahí, grabado para siempre.

Hablé con mi hermana, y le platiqué todo lo que sentía y pensaba sobre los mensajes, sobre la violencia, sobre mi dermatitis, y la pared, y la opresión, y el inbox. Todo esto se trataba de mi proceso de liberación. De mi rebeldía, de mi decisión personal de contar mi historia, de darle sentido a lo sucedido, a mi pasado – a todo mi pasado. Esto se trata de la verdad, de una verdad universal – de lo que he vivido y he sentido, de lo que muchos hemos vivido y hemos sentido – y de lo que estoy intentando comprender. Se trata de mi realidad. Lo he dicho antes, y lo repito: toda historia tiene dos o más versiones. Esta es la mía, y es válida. Wanna set things straight? Bring it! Tell your story. No one’s stopping you. Como bien dice Cheryl Strayed “Two things can be true at once – even opposing truths”.

Después de una linda conversación con mi hermana decidí borrar el tweet y escribir este post. Porque esto no se trata del autor, ni la persona del inbox, ni de mí. Se trata de la violencia. Se trata de la manipulación. Se trata de la indiferencia ante el abuso y la normalización del mismo. Se trata de decir ¡Basta! Mi historia puede cobrar sentido solamente si sirve como plataforma para otras personas, que puedan decir: ¡Yo también he vivido eso! ¡Tenemos que ponerle fin a este comportamiento!

Ser valiente y tener el coraje de contar tu historia es un camino difícil, un proceso vulnerable, imperfecto, en el cual cometeremos errores. Es un proceso que implica un gran riesgo, porque la gente te va a juzgar, ofender, atacar, denigrar y ridiculizar. Si algo he aprendido en mi vida es que cuando haces algo malo, lo correcto es redimir el daño. No me disculpo con los “agraviados” (autor/persona del inbox), porque no pienso caer en el “victim blaming”. Porque la violencia está mal y debe ser señalada. Sin embargo creo que este post es la manera correcta de hacer un statement; de decir: Esto sucede, está mal, y no debemos normalizarlo. Ese era mi propósito desde un principio. Pero el coraje se me subió a la cabeza y la forma en la que decidí hacerlo no fue la mejor.

Si comparto esta historia es para empoderar a todas las personas que están acorraladas, para invitarlas a no rendirse, a golpear esa pared con todas sus fuerzas para derrumbarla. Para que alcen la voz, para que no permitan que los minimicen, ofendan o censuren. La violencia está mal y es nuestro God given right defender nuestra dignidad. Es hora de decir ¡Basta! y señalar este tipo de comportamiento. Es hora de cuestionarnos y romper con la noción de que “no pasa nada”. Ante la violencia, hay que rendir cuentas. Hay algo roto en la manera en la que entendemos este fenómeno y alguien tiene que decir algo al respecto.

UPDATE: Este post causó controversia. Y quisiera decir algo. Yo no soy una santa paloma. Yo también he dicho cosas hirientes y he intentado justificar mi propia violencia. Un ejemplo: Hace años me agarré del chongo con el papá de mi hija, cuando estábamos juntos todavía. Le dije cosas horribles… espantosas: que era un miserable y sabrá Dios qué más. Él me grabó. Y yo me encabroné con él, porque me dio mucha vergüenza escucharme siendo así de violenta y ofensiva. Ahora que no estamos juntos, a veces me lo recuerda porque sé que le dolió mucho. Él me ha hecho ver muchas cosas. Me hizo darme cuenta que fui una doble cara cuando terminamos. Yo me pasé con él. Los dos nos hicimos muchísimo daño. Fui una cabrona en muchos sentidos. Le he pedido disculpas y aún busco formas de redimir el daño.

Hoy estoy en un proceso de tratar de comprender porqué normalizamos este tipo de violencia. Está mal. Estuvo mal cuando yo lo hice, estuvo mal cuando me lo hicieron, está mal cuando tú lo haces. Finalmente, bien dice el dicho que hay que pensar antes de hablar. En esta era digital, también hay que pensar antes de escribir – porque TODO queda grabado.

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